miércoles, 8 de octubre de 2008

Príncipe Rahotep y su esposa Nofret

NATURALEZA

Se trata de dos esculturas sedentes y de bulto redondo pertenecientes a miembros de la clase social más elevada de Egipto, razón por la cual se pudieron permitir el lujo de construirse una tumba, en este caso del tipo mastaba y dentro de ella, de encargar este retrato que por hallarse en su tumba decimos que es de tipo funerario; se trata concretamente del príncipe Rahotep y su esposa Nofret (2613 a. C.-2589 a. C.). Fueron descubiertas durante las excavaciones dirigidas por Augustte Mariette y su equipo en 1871 dentro de su tumba al norte Médium, en una necrópolis de mastabas de la IV dinastía, próximas a la pirámide del faraón Snefru; hoy se encuentra depositada en el Museo Egipcio de El Cairo.

Como hemos dicho, las estatuas pertenecen a un matrimonio de alta cuna; él es considerado por algunos historiadores como hijo del Snefru; desempeñó los cargos de sumo sacerdote de Ra, jefe de construcciones y del ejército real, y, por tanto, un personaje de enorme influencia política; ella, también, hasta el punto de ser poseedora del honorable título de “conocida del Rey”. No es del todo extraño por tanto, que ambos contaran con una mastaba propia, y que se permitieran el lujo de contratar para su tumba este retrato funerario.

ANÁLISIS FORMAL

Realizadas en piedra calcárea y trabajadas en cuerpos independientes, fueron concebidas como un conjunto escultórico. Miden unos 120 centímetros de altura cada uno, aunque la estatua de Nofret es ligeramente más alta, debido al voluminoso tocado. Los dos cuerpos están sentados en sólidas sillas de piedra estucada y pintada en color blanco, formando un bloque con la figura humana. Dispone de una zona para reposar los pies, y lleva, en la zona superior, una serie de inscripciones jeroglíficas pintadas en negro, con el nombre y los títulos de los difuntos.

Este conjunto está tratado con cierta ligereza y de acuerdo a las normas imperantes: el cuerpo masculino evidencia la tosquedad de las piernas, la exagerada angulosidad de los hombros y una flexión demasiado baja del brazo derecho; la figura femenina está enfundada en la larga y estrecha túnica de lino, que sólo deja visible la mano derecha, pero simultáneamente dibuja el contorno del cuerpo, con los mismos defectos que la estatua de Rahotep. Como muchas otras, ambas están coloreadas: el cuerpo masculino es de color rojizo, en tanto que la piel femenina es de un ocre claro. El conjunto es armónico al reproducir un esquema y crear a través del color blanco un vínculo entre las dos piezas.

La estatua de Rahotep está concebida como una más dentro de su clase: faldellín corto de lino y un finísimo collar sujeto al cuello, probablemente un amuleto. La cabeza está trabajada con esmero: una peluca corta que hace visible grandes orejas, perfectamente representadas; suave modelado de la nariz, grande y recta y una boca grande y de abultados labios carnosos ligeramente sombreados por el bigote, característico del Imperio Antiguo; potentes líneas negras arquean las cejas y enmarcan los ojos, que para mayor realismo llevan incrustados trozos de cristal de roca, engarzado en metal de cobre; están bordeados por el kohl, al estilo egipcio, y protegidos por cejas pintadas en negro. Los miembros del cuerpo están representados con bastante perfección, especialmente la cabeza. Su tez es muy morena, representada en tonos rojizos, tal y como se representaba la piel masculina en el Antiguo Egipto. Detalle como los hombros, pecho, rodillas, manos y pies, están tallados de forma muy cuidada, dándole a la estatua mayor realismo. Finalmente, lleva la mano derecha cerrada y cruzada sobre el pecho, y la izquierda cerrada apoyada sobre la rodilla. Sus brazos están ligeramente separados del cuerpo.

La segunda figura corresponde a Nofret, su esposa, también en posición sedente y formando un bloque único con el trono. De igual modo, el asiento v pintado de blanco con más inscripciones jeroglíficas en color negro. Nofret, por su calidad de mujer de alta posición social, está representada de modo ostentoso: un rico collar se ajusta alrededor del cuello, delicadamente pintado en tonos rojos y verdes, característicos del arte egipcio, y se expande en abanico sobre el pecho; cuenta con abultada y pesada peluca, partida al medio, y cae a los lados de la cara en apretadas y retorcidas hebras que enmarcan el rostro como una masa ancha y oscura, produciendo un efecto de achatamiento de su relieve. Una ancha banda, a modo de diadema, con dibujos de flores sujeta el pelo y constituye otro elemento de sobria ornamentación. El rostro de Nofret ha sido tratado con igual cuidado que el de su marido, pero se ha acentuado en él el maquillaje, la prolongación del arco ciliar y la coloración sugerente de los ojos. La piel está representada en todo amarillento-rosáceo, claro, tal y como se representaba el rostro femenino en el Antiguo Egipto. Los ojos también son de cristal engarzado sobre metal, y finamente pintados con kohl. Lleva pintadas las cejas, que se alargan hacia el exterior del ojo. La nariz es fina, los labios gruesos y sin colorear. No se representan las orejas, que van tapadas por la enorme peluca. Están representados con detalle los pies, y una de las manos. El resto del cuerpo va envuelto en una representación de finísimo lino blanco que la envuelve hasta los tobillos. Por el escote de la túnica, asoman los tirantes anchos del vestido.

INTERPRETACIÓN ICONOGRÁFICA

Las formas representativas del arte egipcio -escultura de bulto redondo, relieve y pintura- adquieren un carácter definitivo hacia los comienzos del Período dinástico, y los cambios artísticos a través de los distintos períodos reflejan los cambios producidos en la sociedad. La mayoría de obras egipcias tuvieron una función, bien fuese como objetos cotidianos o, por lo general, como objetos reservados dentro de un contexto religioso o funerario. Habitualmente, la escultura constituye el doble en el que se tenía que encarnar el difunto; por ello usaban piedras duras, formas compactas, la idealización del individuo en su plenitud y una actitud reposada. Cabe recordar que una denominación egipcia para el escultor era, precisamente, "el-que-mantiene-vida". Todo lo anterior es básico para un arte que quiere garantizar una vida más allá de la muerte; pero, para que el efecto mágico sea posible y tenga toda su fuerza, es preciso que la representación sea total y que mantenga la integridad, si no el difunto sufriría la misma mutilación que el doble. En consecuencia, las características artísticas de estas obras están condicionadas inexorablemente por esta función religioso-funeraria.

CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO

Dentro del arte egipcio, la estatuaria monumental dirigida a la representación principalmente de los faraones cobró una especial importancia como elemento propagandístico, y conservó a lo largo de su larga historia unas características formales prácticamente inalterables, basadas en la rigidez, la frontalidad y el hieratismo. Aunque no toda la escultura exenta y de estas mismas características se orientó exclusivamente al retrato faraónico, hubo también ejemplos como el que nos ocupa, en el que los retratados aunque representaban al ámbito cortesano, no pertenecían a la familia real.

Tal como hemos ido apuntando, para representar la figura en su totalidad se adoptaron una serie de convencionalismos, entre ellos, la estatua bloque que evita cualquier saliente que pudiera romperse con facilidad, conservando la volumetría original del bloque sobre el que se talla la pieza. La consecuencia es una sensación de rigidez manifiesta, puesto que todos los miembros del cuerpo se adaptan a ese perfil volumétrico, pero también de una gran monumentalidad por su masa y su tamaño, lo que influye indudablemente en la espectacularidad que expresa siempre el arte egipcio.

La rigidez conlleva una inevitable ausencia de movimiento y de multiplicación de puntos de vista de la pieza, así como de una irremediable frontalidad, que es otra de las características más conocidas de la escultura egipcia. En buena medida todo ello es la consecuencia directa del proceso de ejecución de la obra, que seguía una serie de pasos igualmente establecidos: sobre los bloque cuadrados originales se realizaban los dibujos de la pieza representada en cada una de sus caras, que habrían de servir de guía al proceso de desbastado. Se tallaban los perfiles siguiendo la guía del dibujo, que debía de ser renovado continuamente a medida que la pieza se iba completando. Concluido el perfilado se completaba el pulido de la superficie y se pintaba la pieza.

La proporcionalidad y la simetría era otra pauta sintomática del arte egipcio. Proporcionalidad que en el caso de la escultura partía al parecer del tamaño del puño de la figura, que se dibujaba en un ángulo extremo del bloque original y a partir del cual se relacionaban proporcionalmente todo el resto de partes del cuerpo. La misma frontalidad antes explicada contribuía a componer la estatua en dos mitades equidistantes, lo que unido al sentido del bloque y la rigidez de la pieza le otorgaba esa simetría que igualmente las caracteriza.

Por último, la expresión de las figuras solía elevarse sobre la condición humana y asumía un sentido hierático, distante, frío y carente de emoción, que es bastante lógico considerando que se trataba de representaciones de personajes con un carácter divino, caso de los faraones, o de representaciones funerarias que también habían abandonado este mundo y su condición humana.

Todos estos convencionalismos y formulaciones artísticas pueden comprobarse en la pieza que comentamos. En primer lugar, Rahotep y Nofret constituyen un sólido bloque calcáreo, aunque se trate de dos piezas independientes. Ambos están sentados sobre sillas que se simplifican en meros ángulos geométricos y manteniendo esa rigidez pétrea de la estatuaria egipcia: con los hombros angulados, las piernas juntas, los brazos pegados al cuerpo y la mirada al frente, ligeramente elevada, como mirando a Ra, mirando al sol.

A pesar de todo, esta obra, tal vez por no tratarse de una representación de la realeza, tiene a pesar de sus limitaciones un mayor grado de naturalismo que las demás esculturas de esta primera etapa del Imperio Antiguo. En primer lugar por el tratamiento del color, que era habitual en la escultura egipcia, pero más en las piezas de la escultura popular que en la oficial. Rahotep aparece representado en un tono rojizo y Nofret con una tez blanquecina, lo cual nos indica la diferencia de sexo y de rango, pero también hace más próximas y reales las figuras.

En segundo lugar están los aditamentos que completan la representación de las figuras: Rahotep con su faldellín corto, propio de su condición de gran sacerdote, y un colgante al cuello, y Nofret con su largo vestido blanco de lino, cinta sobre el pelo y un ostentoso collar sobre el cuello. También la expresión resulta más realista que en otros casos, y más que nada gracias a los recursos que denotan la condición social de la pareja: la peluca que lucen ambos, muy habitual sobre todo en las mujeres de la alta sociedad como Nofret; el maquillaje que lucen sobre sus ojos, con el kohl que utilizaban para remarcar el perfil de los ojos y cejas y aumentar la expresión de sus miradas; y el tratamiento dado a los ojos de ambos personajes, realizados con incrustaciones de cuarzo –costumbre iniciada con la IV Dinastía-, lo que también contribuye a su mayor realismo.

Un último elemento iconográfico que añadir sería el único que tímidamente rompe la absoluta rigidez de la pieza y su simetría, la posición del brazo en ángulo de Rahotep y su puño cerrado, para algunos, símbolo de su poder.

Ya en los primeros retratos -de la IV dinastía, encontramos una simplicidad y solemnidad que no se olvida fácilmente: el escultor sólo se ha fijado en las cosas esenciales. Quizás precisamente por esta estricta concentración de las formas básicas de la figura humana, estos retratos -a pesar de su casi geométrica rigidez- siguen siendo tan impresionantes. La observación de la naturaleza y la proporción del conjunto se encuentran tan perfectamente equilibradas que nos impresionan como seres dotados de vida y, no obstante, se nos muestran lejanos en su eternidad. Esta combinación de regularidad geométrica y de aguda observación de la naturaleza es una característica de todo el arte egipcio.

CONCLUSIONES

En definitiva, las escultura se componían siguiendo un canon geométrico, establecido en el relieve de Hesiré, prefecto de los escribas del rey Zoser, lo que demostraba con claridad cómo en el tercer milenio a. C. los artistas tenían perfectamente sistematizado el canon armónico de los 18 puños, la ley de la frontalidad y la visión rectilínea, aspecto último más aplicable al relieve y a la pintura que a la escultura de bulto redondo.

Durante la IV dinastía, época a la que pertenece la escultura, las técnicas de trabajo de los escultores egipcios, así como los estereotipos formales y las recursos iconográficos están plenamente asentados, y se mantendrán inalterables durante siglos como ya hemos dicho. Por ello se estudia esta escultura como una pieza prototípica, porque responde en un perfecto estado de conservación además, a lo que son las características artísticas que definen la escultura egipcia

Aunque se ven algunas características arcaizantes, como la anchura de los tobillos en ambas figuras, podemos destacar primordialmente, entre sus rasgos más definitorios, el gran hieratismo en sus figuras, Inmóviles, sin ninguna representación de movimiento, viendo pasar el tiempo impasibles, intemporales. Otra característica que se ve claramente es la frontalidad; como en la mayoría de las estatuas egipcias, solo se representan las partes que se ven de frente, siendo la parte posterior del grupo escultórico completamente lisa. También vemos claramente, como ya se apuntó, la diferencia de color al representar la piel de los personajes, rojizo para la piel masculina, y amarillento para la femenina. En ambas figuras, especialmente en sus ojos, podemos observar un realismo sobrecogedor, que debió impresionar a aquellos que las descubrieron. Seguirán viendo pasar el tiempo ante ellos, juntos para siempre.

Todos estos rasgos permanecerán inmutables, como su religión, su sistema político, social y económico durante tres milenios, salvo el revolucionario proceso creado por Amenofis IV (rebautizado como Akenatón) en Tell- Amarna, con la XVIII dinastía y el Imperio Nuevo, proceso que se mantuvo mientras el faraón se mantuvo en el poder, puesto que posteriormente se volvieron a introducir las arcaizantes y conservadoras formas tradicionales de la escultura egipcia.

BIBLIOGRAFÍA

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Bozal, V (y otros) (1992), La escultura. Tomo 2 de la Historia del Arte. Barcelona. Carroggio S.A. de Ediciones.
Frankfort, H. (1982), Arte y arquitectura del Oriente Antiguo. Madrid. Cátedra.

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